jueves, 26 de enero de 2012

LA REALIDAD DE LAS COSAS, por Mario CARDOSO

Esa mañana, el correo hab ía dejado a Laura una carta de Mauricio. La carta relataba la marcha de la investigación.

Hacía ya varios años que Mauricio había comenzado una investigación sobre literatura y arte, para cumplir formalmente con las exigencias de la Facultad donde ejercía la Cátedra de Historia Social del Arte del Siglo XX. Con el correr de los años y el progreso de la investigación comenzó a sentir, como frecuentemente sucede, un interés personal sobre el tema. Creyó que la pesquiza podría darle una respuesta a la pregunta por el Ser. Ya no creía como antes que esa pregunta fuera simplemente una "reformulación culturosa" de la diaria pregunta por el sentido, como antes acostumbraba decir.

Se había puesto como punto de referencia histórica para la investigación el año 1984, porque de algún modo había que hacer un corte, y porque la referencia obvia a Orwel pretendía darle un lustre literario a una investiación meramente académica.

Sin embargo, 1984 parecía ser, luego de algunas indagaciones, algo más que un capricho. Ese año, la lectura de los registros históricos revelaba una sociedad sin homogeneidad, ni en las costumbres ni en las teorías. Un foro público donde las posiciones, los discursos de esa llamada "tercera ola" por un ensayista de la época, se disputaban el poder sin que ninguno lograra preeminencia.

Uno de los temas que circulaban, las doctrinas orientales, que competían en pié de igualdad con el discurso tecnológico, habían sido incorporadas a occidente gracias a esa apuesta por lo raro que los ingleses derivan, de manera un tanto curiosa, de su empirismo obcecado y de su vocación colonialista.

También los franceses, a través de la obra de un filósofo llamado Foucault, que había escrito una Historia de la sexualidad comenzaron a cuestionar el antropocentrismo del pensamiento moderno, con lo que autorizaban el matiz cósmico del pensamiento oriental.

Finalmente, la ciencia tenía algo que decir acerca de las doctrinas orientales. Se comprobó, entre otras cosas, que la práctica asidua de la meditación, producía en el organismo ondas de un tipo llamado "alfa" de mejor calidad que las del sueño, porque al contrario que las de éste, tendían a perdurar en la vigilia lo cual producía en las personas un aumento de la serenidad y de la resignación.

No parece ser las mencionadas, causas suficientes para lo que sucedió, pero lo cierto es que, de muchas maneras misteriosas, tal vez de acuerdo con su esencia, el pensamiento oriental se incorporó en los años posteriores a toda la cosmovisión occidental. Paulatinamente cambiaron las instituciones y los sistemas jurídicos. La práctica de la meditación se convirtió en requisito para adquirir las condiciones de ciudadano, casi tan necesaria como caminar erguido, hablar o escribir.

En cuanto a las costumbres estéticas, el arte y la capacidad de relatos colectivos habían disminuiído en complejidad y calidad.

La poesía que devino no era más que una reiterada metáfora de la supuestamente deseable fusión del hombre con el cosmos, sin demasiadas variantes estilísticas.

El sentido del gusto (en la decoración, el cine o la pintura) participaba de una etética ya ni siquiera bucólica, apenas de jardines y de flores.

Acostumbrados a esta forma de vida, Mauricio , coon otros profesores de Artes, había emprendido una investigación sobre el Siglo XX, que le fue revelando que el siglo que les había tocado vivir estaba signado por el hastío. No sólo se había perdido un sentido estético construído por milenios de cultura,  sino que, si bien es cierto que no había ya guerras como al principio de la centuria, ni demasiadas opresiones económicas como las que habían signado los últimos decenios del y la primera mitad del XX, la Humanidad que había iniciado el siglo XXI con una saludable actitud de desapego hacia las cosas y hacia los otros, fue imperceptiblemente mutando hacia una actitud de desgano e incomunicación que amenazaba la realización de procesos necesarios para la existencia, como la producción y el consumo de materias y de signos.

"Querida Laura:
La investigación, ya sabes, me ha llevado a sospechar que hay una forma de vivir mejor que ésta. No tengo aún forma de justificar otra sospecha: el siglo que nos precedió fue el último en la historia de la humanidad donde esa vida mejor tuvo lugar, pero además, fue el siglo donde la historia cumplió un ciclo.
Las crónicas del S. XX, su literatura, su ciencia y su filosofía hablan del amor. Y aunque para cualquiera de la época hubiera sido difícil admitirlo por la cursilería que supone: el lenguaje del amor fue un signo de su enajenada época.
Haber frecuentado el amor, aunque más no sea a través de lecturas de otra época, me ha llevado a creer que la serenidad y la paz de la nuestra carecen de sentido, porque el amor es dichoso y porque la serenidad se parece a la muerte. Una autora de la segunda mitad del siglo pasado quien con las excusa del amor recorrió la historia de los hombre, pone en boca del personaje de su novela más célebre, Memorias de Adriano, las siguientes palabras que definen esos tiempos: ... "Ignoraba casi todo de esas mujeres; lo que me daban de sus vidas cabía entre dos puertas entornadas; su amor, del que hablaban sin cesar, me parecía a veces tan liviano como sus guirnaldas, una joya de moda, un accesorio costoso y frágil; sospechaba que se adornaban con su pasión a la vez que con su carmin y sus collares..." No creo ni espero que entiendas, Laura, pero creo que ese accesorio costoso y frágil, esa ficción de la vida, enajenada por cierto,  era necesaria; para mí, imprescindible. Es la joya que nos falta, Laura. Es una estética sí, pero no solamente, también es una ética o una teoría del conocimiento  si querés. Estos conceptos son habituales en el mundo de la academia en el que transitamos nuestras vidas; pero aún tan transitado el lenguaje del amor ha perdido sentido en la academia y en la vida. 
Todavía, no sé por qué, apuesto a esos intereses comunes que nos unieron y quiero seguir contándote mi sospecha, pretendiendo que puedas entender. La investigación me ha posibilitado acceder al registro de escenas triviales de la vida cotidana, que si uno sabe escuchar, son las ue menos mientes, igual que el amor "cuya sentimentalidad deja soloy¡expuesto al sujeto amoroso, en ello consiste ello obsceno del amor", ¿te acordás? Es de Barthes, que tanto nos costaba entender. Perdoname por tanta disgresión (cada vez creo más que en ella estriba la posibilidad de dar cuenta de algo).
En fin, escenas que extraímos de films, de programas de tv, de revistas del siglo XX, confirman, de manera indudable para mí, que hasta el siglo pasado la gente afirmaba y negaba desde un sentimiento: afirmaba lo que amaba y negaba lo que odiaba, aún cuando el contenido de sus enunciados pretendiera hablar de otra cosa. Hoy creo que fue eso lo que los hizo superiores a nosotros... 
Como ejemplo voy a transcribirte un diálogo que hallamos en un registro casual que debe de haberse producido cuando se estaba grabando el mensaje de un contestador telefónico (aparato que heredamos de la enorme necesidad de contacto amoroso de aquella época). La cinta grabó unto al mensaje, simultánea y casi imperceptiblemente otra conversación que se desarrolaba en la otra parte. Poe los datos que pudimos extraer de la conversación misma (te transcribiré un fragmento) sabemos que se trataba de dos personas, empleados públicos, preumiblemene psicólogos, en Buenos Aires, año 1984:
Ella:- (con seducción de hacerse la nena tonta) ¡Gordito! ¡Me acordé de vos ayer toda la tarde cuando fui a una dietética y conseguí un edulcorante sin sacarina, más rico que el azúcar y sin calorías! ¡Te lo traje, gordo, así dejás el azúcar que te hace tan mal).
El.- ¿Qué tiene eso? ¿Cómo se llama?
Ella.- (insistiendo con el tono de nena que le habla a su daddy). Es natural, no me acuerdo que tiene, pero se llama uiualdiuit, y es tan dulce como vos, gordo...!!!.
El:- ¿Como decís que se llama? No te entiendo bien lo que decís...
Ella.- uiualdiuit, !gordo, mirá, vení, leelo! (repite con un inmutable tono de nena, pero algo desafiante esta vez, como diciendo, aflojá, vení, dejá de hacer lo que estás haciendo, dame bola)
El.- A ver (sonido de pasos, acerándose a la mina) ¡Ah! ¡TibaldiSweet! Claro, gordita, no te entendía nada... claro esa mezcla de italiano e inglés, ¡qué combinación! Como para que te entendiera, gorda... ¡Muchas gracias! (y se oye el sonido de un  beso)
Diálogos tontitos com éste, registramos por centenas. Diálogos con regalitos como excusa, como diminutivos amorosos. Tontas conversaciones, donde no se trata más que de transmitir un sentimiento de ternura, encontramos centenares... pero también, en las disputas científicas, como la célebre sobre la esencia última del mundo que se dió entre la física quántica y la de la relatividad, descubrimos una pasión tan fuerte como la disputa medieval por los universales. Pucha que hubo pasión en esa época. Nos animamos a recorrer teorías de todo tipo, económicas, psicológicas, didácticas, incluso tecnológicas, pero las disputas hasta matemáticas no eludieron la pasión, como si fueran un apéndice del discurso amoroso de la vida cotidiana. 
Perdoname que te reitere mi temor a que no me entiendas, pero... ¿sabés qué pienso?. Pienso que el énfasis en lo cósmico, en la clasificación de la historia y de las teorías como  si sólo se tratara de una ficha de bibliotecario nos ha secado la pasión, Laura, incluso hasta imposibilitarnos un atisbo de dicha, o, en otros términos, nos ha obligado a rechazar cualquier cosa que se acerque al placer. Claro que nos permitimos el goce...  el goce del coito... pero nada más. Y eso es muy poco cuando  nos negamos al disfrute de una melodía o de los trazos del pincel sobre la tela: toda escucha, todo mirada, se redujo a una ficha de catálogo. Creo que el error de nuestra época fue el giro copernicano de la vuelta al cosmos, querer despernderse de lo que se comenzó a llamar antropocentrismo; pero lo humano es lo vivo, lo humano es entonces, como todo lo vivo, producto del amor... y nos olvidamos, y nos secamos de tonterías amorosas... qué se yo.
Peor aún, perdoname Laura, es que siento tener que decirte que pertenecemos a otra dimensión. El mundo que viví contigo ha sido un completo ritual: recitar mantras desde el despertar; utilizar los artefactos de la técnica con prolijidad, parsimonia; utilizar la historia del arte, de la música para hacer fichajes, jamás para deleitarse con un cuadro o una zapada de jazz. Todo previsivle, todo sin placer, todo por un deber cósmico, cósico. Y copular, el goce, en ese contexto se transformó en un acto tan planificado, que hasta cometimos la torpeza de atribuirle un sentido "transfisiológico", "transpsíquico" (horrendas palabras para designar el goce).
 Laura, lamento decirte que estoy convencido de que lo nuestro fue un encuentro erróneo. Pertenecemos a dimensiones diferentes y hasta he llegado a aventurar que en 1984 comenzó una bifurcación de los tiempos: quienes practicaban la meditación tomaron un rumbo temporarl diferente que aquellos que no la practicaban, y esa simultaneidad de los tiempos, que nos explicó Einstein, se transformó en el caos temporal que juntó nuestras vidas, equivocada e inexplicablemente a la vez. 
Hasta me he animado a creer que esta carta es inútil, que no te llegará, tan lejos te siento de mi descubrimiento de la dimensión del placer, del amor, de la imaginación. No sé cuál es la otra Laura que esta dimensión tan ahnelada me deparará. Hasta hoy, puedo decirte que me he sentido cómodo a tu lado, y es tanto como decirte que te amé con las categorías de tu dimensión.  
Mario CARDOSO



















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