Un amor boliviano
Guardé definitivamente el recuerdo conmovedor, recóndito y
entrañable de aquella mirada suspendida en la mía. Así, fijé para siempre mi sentido
del dolor y del amor. Después nunca nada iría a dolerme tanto. Tampoco gozaría
de un amor tan profundo como el que ese día me dejaba definitivamente. Una
paradoja que aquél día ignoraba y que recién al final de mis días puedo
atisbar.
Salí del cuarto machucado de golpes, sin comprender tanto
odio ni tanta bronca, ni nada: te había dicho que no te amaba más, y eso fue el fin. Me dijiste que te ibas, pero no adonde. No atenía
siquiera a imaginar qué sería de vos, muchachito boliviano, que me dejaba para no vernos
más, después de un año y medio de convivir entre rencores y pasiones. Jamás creí que tu partida sería definitiva. Pero no volviste.
Hoy busco en silencio tu mirada, para entender que el
amor y el dolor suelen ser inseparables, como una máscara al rostro enmascarado
que nos acompaña en la vida.
Pocas veces encuentro el silencio de mi mente y esas pocas
veces aparece el recuedo de esa mirada de ojos achinados y complejo bolviano: hermosa en la retina de mi memoria, Carlos Vladimir, -nombre que
tu padre militante comunista en Potosí te había puesto en homenaje a Marx y a
Lenin-.
Una vez te piropearon, me contaste: “¡qué étnico tan lindo!”.
No podría haberlo dicho mejor: el piropo
justo a tu hermosura de risa y alegría imparables cuando fumábamos porro; el
piropo justo para tus ojos enormes y tus labios encarnados de besos tiernos y jugosos, como los de fruta madura. En aquellos tiempos no se hablaba de
multiculturalismo, ni de neoliberalismo, todo recién empezaba.
Ojala
este momento sea tan dichoso para vos como lo es para mi el recordarte, desde esta Bolivia linda, antes de volver a Buenos Aires.Mario CARDOSO
No hay comentarios:
Publicar un comentario